jueves, 20 de agosto de 2015

EL BRILLO DEL ESTANQUE


 
 
El sueño es una segunda vida.
                                                                                                     (Gerard De Nerval, Aurelia)

 
José Luis Fernández salió del aeropuerto con una valija en la mano, llamó a un taxi y subió a éste a toda velocidad.

-       Al Hotel Waldorf – dijo.

    Sentía alivio de encontrarse dentro del vehículo, pues el intenso frío que poblaba la ciudad en aquella época del año se le incrustaba en lo más profundo de su alma, sin importar que su cuerpo estuviese cubierto por un abrigo de piel y unos gruesos guantes de tela.

     Al llegar ante la imponente fachada del hotel, el taxi se detuvo. Fernández preguntó al conductor, en un inglés imperfecto, cuánto le debía. Éste, en un idioma peor masticado aún, le contestó: “Tuelf dollarrs”.

     José Luis se despidió del taxista y, con su maleta en la mano, entró a la recepción. Allí, le comunicó a la encargada, una joven de ojos color turquesa y corto cabello rubio, que tenía una reservación. Tras preguntarle su nombre y confirmar algunos datos, la muchacha le dijo a Fernández que, en efecto, había una habitación destinada para él, y que era la ochocientos once.               

    Ya con la llave de su cuarto, él caminó hacia el ascensor. Una vez en su habitación, José Luis se arrojó sobre la cama, agotado. Escuchó sonar su celular.

-           ¿Bueno?

    Una voz frenética salió de la bocina.

-           Sí, licenciado Urquiza… Se retrasó mucho el vuelo… Pero no se preocupe, ya estoy aquí… Lo sé, la junta es mañana a las nueve en punto. Se lo aseguro, todo saldrá bien.

    Fernández dejó escapar un largo bostezo, se levantó y entró en el baño. Mientras se lavaba las manos con el agua fría que brotaba de una reluciente llave dorada, se miró en el espejo y vio el rostro alopécico de un hombre que está por llegar a las cinco décadas de vida, los ojos sin brillo de quien ha olvidado sus ilusiones, el semblante aburrido de aquél para quien cada día no es más que un ir y venir constante sin recompensas.

    Con una sensación de malestar, José Luis salió del baño y se encaminó hacia la ventana para observar cómo la nieve se precipitaba sobre la ciudad colmada de rascacielos, cuyas antenas y pararrayos herían el cielo de la noche.

-       ¿Qué estará haciendo ella ahora? –  pensó, y el recordarla, después de tantos años y con tantas cosas que hacer al día siguiente,  le pareció muy extraño.

   Tras alejarse del cristal y cerrar la persiana que lo cubría, José Luis se desanudo la corbata, se quitó los zapatos y se arrojó sobre la cama buscando descansar.

 

*****

Avanzaba por calles empedradas, escoltado por edificios coloniales y un sol triste que se preparaba para morir. Al llegar a la plaza, los faroles estaban ya encendidos y la tarde colorada comenzaba a tornarse ceniza. La multitud que semana tras semana tomaba por asalto los jardines y el quiosco comenzaba a dispersarse, mientras los pájaros se arremolinaban sobre las copas de los árboles con el afán de encontrar un lugar donde dormir. Sus voces, agudas e incesantes, repetían un lindo murmullo que se perdía con los últimos rayos del sol.

    Movía la cabeza hacia todos lados, con desesperación. “¿Se habrá cansado de esperarme?”, se preguntó, invadido por un miedo súbito.

     Su corazón vibró cuando la descubrió sentada en una banca de piedra, haciendo a un lado la lluvia de cabellos rubios que caía sobre su frente. Vaciló un momento, pues temía que acercarse sin cuidado a aquella ninfa distraída pudiese quebrar el encanto que hacía posible su existencia.

     Al sentir sus pasos, ella volteó y tras clavar sus bellos ojos grises en los suyos, le extendió una fantástica sonrisa.

-           ¡Has vuelto! - exclamó la joven, llena de alegría.

    Ella se incorporó y ambos caminaron por la plaza, mientras la oscuridad se adueñaba de todo.

-           ¿Te quedarás?

    Él asintió, no podía creer que la tuviera a su lado nuevamente. Al tomarla de la mano, se dio cuenta de que su piel continuaba tan lozana como siempre y que sus enormes ojos mantenían el brillo de la primera juventud.

     La noche avanzaba serena, las estrellas titilaban en el cielo como si fueran luces de navidad y un suave viento les acariciaba el rostro. Al pasar cerca de un grupo de árboles enormes, ella detuvo el paso y torciendo el camino, lo llevó hacia allá.  Bajo una gigantesca luna que emergió en ese momento como producto de un mágico conjuro, la muchacha acercó sus labios a los de su acompañante, quien la besó larga y apasionadamente.

-           Vamos.

    Ella jaló su mano, llevándolo hasta el borde de un estanque de forma rectangular, iluminado en sus esquinas por lámparas fosforescentes.

-           Mírate.- le pidió la muchacha.

Ante la claridad que la luz artificial depositaba en aquellas aguas mansas, se vio a sí mismo, joven y apuesto, con la alegría natural de aquél que lo tiene todo por delante y el empuje necesario para hacer realidad todos sus anhelos.

-           Ven.- dijo la muchacha, mientras sus rubios cabellos, largos y ondulados, eran mecidos por el viento.

    Él pudo observar, maravillado, cómo surgía en las aguas del estanque, la imagen de un castillo de cuento de hadas, con paredes blancas y altísimos torreones, rodeado de espléndidas fuentes y jardines.

       En la lejanía del horizonte, un resplandor rosado apareció.

-           La noche se termina.- dijo la joven, al tiempo que tomaba de la mano a su acompañante, lista para penetrar en aquellas misteriosas aguas.

    Asustado, él dio un paso hacia atrás, pero, entonces, sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo y cómo la escena comenzaba a volverse humo. No lo pensó, y corriendo dio alcance a la muchacha, quien para ese entonces ya tenía casi medio cuerpo sumergido en las aguas del estanque.

-           ¿Vendrás conmigo?- preguntó con inseguridad la joven.

    Él asintió, y ella, radiante de alegría, lo colmó de besos y caricias. En el límpido espejo líquido, ambos descendieron hasta perderse.

 

*****

José Luis no acudió a la cita que tenía pactada el día siguiente. El Licenciado Urquiza estalló en cólera y ordenó que el irresponsable fuera despedido de inmediato, mas no pudo tener la satisfacción de darle la noticia. El cuerpo de Fernández había sido encontrado esa mañana, flotando, en la piscina climatizada del hotel.

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