jueves, 20 de julio de 2017

NINA





Haber vuelto a soñar con Nina fue lo que le hizo regresar a ese sitio de pesadilla. Aquella mañana despertó fatigado, sin ganas de comenzar. Después de ir al estudio y trabajar en algunos bocetos carentes de la más mínima inspiración, decidió salir. 
    El feroz sol del mediodía había dejado ya, para entonces, su lugar a unos pesados nubarrones sombríos. Encaminó sus pasos hacia el sur, luego tomó el camión que tomaba el rumbo de La Floresta.
    No recordaba con claridad su cara, ni tampoco que llevaba puesto aquel día, pero jamás podría olvidar su largo y enmarañado cabello negro, sus enormes ojos con el iris teñido de sangre ni los pulidos colmillos, que brotaban de su boca como si se tratara de un lobo y no de una muchachita.
     Claro, todos dijeron que era mentira lo que había contado cuando lo encontraron en aquella banca con el rostro desencajado y el cuerpo aterido, así como con dos leves marquitas violáceas asomando de su cuello, que sólo era una más de las estrambóticas ensoñaciones a las que era tan adicto en su infancia.
    Lo cierto es que recordaba con perfecta claridad haber estado ahí, en aquel recinto oscuro y putrefacto, iluminado por velas malolientes, con muebles desvencijados y esa espeluznante dotación de frascos repletos de sangre y vísceras humanas. Estaba seguro de haber vivido y no soñado lo que ocurrió esa extraña tarde, por eso había decidido volver.
    Bajó del transporte cuando reconoció el parque de pinos esbeltos y estatuas decadentes. Muchas ocasiones había jugado ahí con Nina a las escondidillas y a los encantados sin ningún atisbo de temor. Enfrente, en uno de aquellos elevados edificios que se erguían en el crepúsculo como torres medievales, era donde ella vivía, donde él conoció todo el horror que se ocultaba tras aquella criatura de apariencia inocente.
      La lluvia espesó y él decidió quedarse bajo una endeble techumbre ubicada en la mitad del bosquecillo.
    “¿Qué había pasado, después de aquel ominoso acontecimiento?” Se preguntó y entonces recordó cómo le dijeron que Nina se había mudado intempestivamente a otra ciudad y que, no se preocupara, que olvidara su temor, que no volvería a verla jamás. Después siguieron esos largos años de terapia, de medicamentos, todo para que hiciera a un lado aquellas alucinaciones espeluznantes.
   Había terminado la preparatoria y dejado trunca su carrera de administrador de empresas para dedicarse a la pintura, su verdadera vocación. Una vida triste, solitaria, sin demasiados vicios y algunas pocas musas de ocasión. Casi siempre podía dormir a pierna suelta, con clara tranquilidad, pero ahora, de unos días a la fecha, habían vuelto las antiguas pesadillas y temores. Además, por si esto no resultara suficiente aquellos dos violáceos puntos en el cuello habían reaparecido casi veinte años después.
    Ya había bajado la intensidad de la lluvia cuando regresó de sus recuerdos. Miró hacia arriba, ahí estaba, aquella ventana oscura, ubicada en el séptimo piso de un edificio de aspecto ruinoso y paredes grises.
   Entonces se acomodó el cuello de su gabardina y, haciendo caso omiso de las numerosas gotas que todavía se derramaban desde el cielo, cruzó toda la extensión del parque hasta llegar al borroso conjunto de departamentos.
   En la entrada, lo recibió un guardia somnoliento que ni siquiera levantó los ojos y olvidándose del registro, lo dejó pasar.
   Los jardines y los patios estaban infestados de vagos y drogadictos, tras cruzar la ruinosa zona de juegos infantiles –apenas sobrevivían intactas un columpio y una resbaladilla- encontró el edificio señalado con el número 14.
    La puerta de entrada no cesaba de azotarse con el viento, así que no tuvo dificultad para franquearla, luego, sin dirigirle siquiera una mirada al elevador, tomó las escaleras.
    Mientras ascendía por aquellos escalones estrechos, aumentó su espanto, pero éste aún era más débil que su intensa curiosidad. En su camino sólo encontró puertas clausuradas y pasillos a media luz.
   No sólo las pesadillas y los terrores nocturnos le causaban trastornos en su vida diaria, también había comenzado a ser víctima de una terrible sensación de ansiedad, la cual aparecía y desaparecía sin que él pudiera encontrar ninguna causa aparente que la provocara. Lo cierto es que a veces aquella angustia lo paralizaba y otras lo llenaba de un sentimiento de furia incontenible que a cada ataque le parecía más difícil de domesticar.
   Cuando pasó la puerta número 6 y alcanzó un rellano en la escalera, tuvo que detenerse, las piernas, los brazos y la mandíbula le temblaban.
     No puedo… no puedo seguir con esto.
   Pero no abandonaría tan fácilmente la tenebrosa cruzada en que se había involucrado, tras respirar con tranquilidad unos minutos y sentir que poco a poco recobraba el temple y el ánimo, continuó.
   La puerta del departamento número 74 estaba clausurada por tablones de madera podridos. Entre los huecos, se colaba un aire muy frío. La curiosidad y el miedo, se agolparon en su mente en forma frenética. Incapaz de resistirlos, soltó una patada tan fuerte que la vetusta barrera se derrumbó.
     En un principio no vio nada, sólo oscuridad. Luego escrutando con su mano las tinieblas, dio con el interruptor. Lo movió hacia arriba.
      Observó un salón vacío, sin muebles, con escasos jirones de tapiz amarillo en las paredes y una ventana desprovista de cristal a través de la cual se colaba la incipiente noche. Siguió avanzando, la luz comenzó a parpadear. Por un instante temió quedar en penumbras, pero la lámpara no se apagó.
   Caminó por un pasillo rodeado de dos estancias desprovistas de puertas, una era la cocina, la otra una habitación helada, tan desnuda como la sala de estar. Al fondo, no obstante, había un cuarto que sí tenía puerta. El recuerdo de un horror impronunciable lo azoró. Era la habitación de Nina.
   Giró la perilla muy lentamente. Soltando un chillido maligno, la puerta se abrió. Buscó a tientas el apagador, no servía. A tientas encontró una pequeña vela y después de sacar de su bolsillo unos cerillos, la encendió. Alumbrándose con ella, vio una cama tosca sobre la que había un colchón roto y apestoso, una mesita de noche y un armario cerrado. Con paso vacilante, se acercó al vetusto mueble de madera y abrió sus puertas.
  Allí estaban los numerosos recipientes que recordaba, repletos de sangre, vísceras y órganos, dejaban escapar un tufo hediondo. Sobre la superficie de cristal de sus envases había burdas etiquetas, leyéndose en cada una, uno de los días de la semana.
    Horrorizado, él iba a cerrar el armario y volver sobre sus pasos, cuando un grito indescriptible se escuchó a sus espaldas, provocándole un profundo escalofrío.
     No creí que regresaras nunca.
   Volteó. Era una niña de apenas doce años, cuando mucho trece. Sus oscuros y lacios cabellos le ocultaban la mitad de la cara, mostrando sólo uno de sus ojos, grande, sombrío, con ese resplandor rojizo que no había podido olvidar. Su piel era pálida como el yeso e, incluso sus labios, carecían del más leve tono de rubor.
     ¿Nina?
     Soy yo.
     No puede ser – musitó el intruso con sorpresa, preguntándose como ella podía seguir siendo una niña después de casi dos décadas de haberse visto por última vez.
     Un encantamiento me mantiene joven.
   En el pálido reflejo que le devolvió la única ventana del recinto, él observó su frente cada vez más amplia, así como las profundas arrugas que comenzaban a abrirse paso por su cara, su cuello y sus manos.
     Yo tenía razón… eres un monstruo…
    Volvió entonces a su memoria toda la furia de aquella tarde, el pavor que sintió al verla abalanzarse sobre su cuello, el dolor que lo traspasó cuando aquel par de colmillos cortó su piel inmaculada.
     Tú también puedes ser un elegido del destino.
     Yo… no quiero ser un monstruo dijo él, mientras inciertos temblores lo recorrían de la cabeza a la punta de los pies.
   La niña sonrió, dejando entrever sus temibles colmillos.
     El veneno que te inoculé es lento, pero está por cumplir su efecto. Sin una segunda dosis, morirás de angustia, de rabia, como si fueras un animal salvaje o un perro callejero. La decisión es tuya.
     ¿Mía?
   La niña tomó al intruso de la mano.
     Sí, la decisión de ser como yo o simplemente morir.
     Pero soy una buena persona, no quiero lastimar a nadie.
     Nina sonrió con sarcasmo.
Ellos, ¿no te han lastimado nunca?
    Él recordó la soledad que había ensombrecido su vida desde los primeros años, el desapego que siempre tuvieron hacia él amigos, familiares, en fin todos aquellos a los que había conocido a lo largo de su existencia gris.
     Vamos, vamos, no sólo te ofrezco la noche eterna, también satisfacer todos tus deseos y tus placeres – dijo la niña al tiempo que acercaba su cuerpo al del visitante y comenzaba a repantigarse contra él de manera sensual.
     Yo… no puedo… yo…
     Sí podrás susurró la niña y, viéndolo dubitativo y con el cuello expuesto, clavó sus largos colmillos en su débil cuello por segunda vez.

*****
Ya era noche cerrada cuando terminé mi relato. En la brumosa profundidad del parque estábamos solos Alicia y yo. Ella me miraba con sus inmensos ojos azules, entre pensativa y desconcertada.
     Es una buena historia, pero el final me parece demasiado abierto. ¿Qué fue del protagonista?
    De mi boca escapó un suspiro.
     Se olvidó para siempre de la luz, vivió por siempre en las tinieblas, creí que no era necesario explicar más.
     No estoy muy convencida, quedan algunos cabos sueltos. Además, hablar de vampiros en estos días…

     No puedo decir que fue agradable observar como el terror incendió los ojos de Alicia cuando me lancé sobre su cuello, ni disfrutables su sufrimiento o sus gritos de desesperación mientras llenaba con su joven sangre mi alma de demonio, pero el gozo y la intensidad experimentados en aquel momento, fueron supremos,  incomparables. No puedo prometer no volver a hacerlo. Nunca podría.